CABA.- Suspendidos. El movimiento, los oficinistas, la calle, los celulares, la hora pico, la vorágine. Todo está detenido, o casi todo. En la Estación III de los Bomberos de la Ciudad en Barracas hasta la sirena cambió. Desde mediados de marzo, suena distinta, con otra urgencia, otros matices, otra fuerza; entre trajes azules y blancos, la misión de combatir al coronavirus se antepuso a la costumbre.
Lidiar contra un virus como el Covid-19, por momentos más peligroso o temido que el peor incendio o derrame tóxico conocidos, obligó a la brigada de emergencias especiales a estudiar minuciosamente el comportamiento de la pandemia y capacitarse con protocolos internacionales en diciembre, varios meses antes de que ésta avanzara sobre la Argentina y sumergiera al país en una extensa cuarentena.
«Es la primera vez que sucede algo así, más allá del dengue y la chikungunya. Estamos preparados, pero la incertidumbre aún es alta», revela Christian Bello, jefe de servicio de la unidad técnica del gobierno porteño, mientras repasa con LA NACION los últimos operativos y esos 30 minutos mínimos que demanda descontaminar una «zona roja», es decir, aquella que tuvo contacto con el coronavirus, para prevenir nuevos contagios en Buenos Aires.
Contrastes
Apenas suena la alarma, el silencio de la vereda contrasta con la intensidad que envuelve al cuartel. Dos dotaciones, cada una con un chofer y dos o tres bomberos, se alistan para ayudar a la Policía de la Ciudad, el SAME o ambulancias privadas, en traslados de casos sospechosos o positivos de Covid-19.
Sin excepción, el viaje desde Barracas hasta el punto del operativo lo hacen vestidos con uniformes tradicionales. Una vez en el lugar y tras evaluar las exigencias de la emergencia, deciden cuál de los trajes disponibles usarán para trabajar y estar protegidos. Un mameluco de fibra sintética e impermeable, doble guante, botas especiales, máscara con filtro N95, antiparras y un equipo de respiración autónoma cubren a grandes rasgos sus cuerpos, de pies a cabeza, a la hora de realizar la tarea, pero la decisión de reforzar el equipo, según la dificultad, se toma sobre la marcha.
«Agudizamos los protocolos de seguridad y de protección personal, cómo colocarnos y sacarnos la ropa, y las barreras mínimas acerca de cómo ingresar y salir de las zonas contaminadas después de analizar cada situación puntual», destaca Bello, con 14 años de experiencia dentro de una brigada que hace de la emergencia con riesgos biológicos, químicos y radioactivos su leitmotiv.
Descontaminación
Descontaminar patrulleros o vehículos particulares implica un verdadero arte, que se traduce en 30 o 40 minutos de atención plena y movimientos coordinados de las dos dotaciones asignadas. Un paso en falso puede poner en peligro el protocolo aprendido durante el verano y son conscientes de eso. «Utilizamos atomizadores eléctricos, nebulizadores, con una solución de hipoclorito de sodio, alcohol al 70 por ciento, y pulverizamos en forma de partículas. Primero desde adentro hacia afuera y luego desde arriba hacia abajo, y esperamos a que accionen los productos, lo que demora entre 20 y 30 minutos», especifica este «súperbombero», quien descubre, en cada explicación, su vocación de servicio y entrega absolutas.
Pero la misión aún no está completa. La limpieza del vehículo o el área afectada es tan importante como lo que sigue después. La quita de los trajes se divide en zonas con los colores propios de un semáforo y el orden es inalterable. Quienes ingresaron a la zona roja o caliente del operativo, con la ropa adecuada, deben pasar a la amarilla o tibia para desinfectarse en una pileta con ducha, hipoclorito de sodio y cepillos que actúan hacia abajo, nunca al revés, asistidos por otros que no hayan participado en la anterior. Una vez limpio, ese grupo se mantiene inmunizado y recién así, bajo esas condiciones, puede circular sin riesgos en la zona verde o fría, o la que permanece libre de contaminación. Pasados los distintos filtros, el grueso de los trajes se descarta enseguida.
Duda constante
La emergencia junto con la duda permanente de haber contraído el virus durante los operativos, pese al estricto protocolo, conviven con estos hombres de blanco las 24 horas, aunque haya turnos con horarios y dotaciones pautados.
Al cerrar la jornada y regresar a sus casas, esas ideas entorpecen por momentos la calma y la satisfacción que les genera su trabajo y el resultado de una misión bien hecha.
«Estamos en el peor momento social. Tenemos todos los medios y estamos preparados para la tarea. Pero, cuando volvemos a casa, la duda de estar con la familia, de acercarnos, y entrar en contacto nos obliga a armar protocolos a la entrada de la casa o en el garage, con baldes, trapos y lavandina», confiesa Bello. Hacerlo los ayuda bastante a relajarse y ganar confianza.
Sin embargo, la tranquilidad mental, además de la limpieza y la desinfección caseras que protagonizan estos bomberos, la devuelven también las capacitaciones, el asesoramiento con médicos y el seguimiento de normas internacionales, fórmulas probadas en el mundo, que no dejan espacio a la improvisación.
«Después de estar en la calle tantas horas, tenemos una cuota más que la del vecino común: la duda constante de tenerlo o no. Eso nos lleva a extremar más todas las medidas», reconoce el jefe de la unidad mientras, casi como un acto reflejo, acondiciona su uniforme. Todo está listo para ser el primero en llegar al cuartel, apenas la sirena vuelva a sonar, y un nuevo operativo ponga a la brigada blanca otra vez en acción.
Fuente y foto: www.lanacion.com.ar