Ese lunes había empezado como cualquier otro. En su casa, el bombero Jorge Ramírez tomó unos mates con su esposa, saludó a sus tres hijos y antes de las 8 se fue a trabajar al cuartel. Unas horas más tarde y en una casa cercana, Paola, una chica de 17 años que jamás había visto a ese bombero, se despertó y, descalza como estaba, preparó el agua para baldear el piso. Lo que Jorge y Paola no podían saber es que ese lunes iban a cruzarse en una pelea mano a mano entre la vida y la tragedia: que Paola iba a electrocutarse y que Jorge, ya en el cuartel, iba a devolverle la vida.
«Sólo me acuerdo que estaba por baldear el piso y el ventilador me chupó. Lo último que sentí fue la corriente que me subía por el cuello y me llegaba a la lengua: la sensación de que me ahogaba», cuenta tímida Paola. Carmen, su mamá, completa los baches aguantando el llanto: «De la desesperación, le empecé a pegar con el palo del escobillón. Pero no pude despegarla, estaba como abrazada al ventilador con todo el cuerpo».
El piso estaba mojado, la pata del ventilador era de metal y, por la descarga, los músculos y las manos de Paola se habían contraído tanto que era imposible soltarla. Hasta que su hermano hizo lo que los bomberos dicen que hay que hacer en un caso así: usar el palo de madera, pero no para tratar de despegar a la persona a palazos sino para desenchufar el ventilador.
Y fue en ese momento que el destino hizo lo suyo: Paola ya había entrado en paro cardiorrespiratorio, un vecino la cargó en el auto «y no me preguntes por qué -dice su mamá-, en vez de llevarla al hospital yo quise venir a los Bomberos». Entre los 120 bomberos voluntarios que rotan en el Cuartel de General Sarmiento, en San Miguel, justo estaba Jorge Ramírez, que desde hace 20 años enseña reanimación cardiopulmonar en la Fundación Cardiológica Argentina.
Jorge empezó las maniobras manuales de resucitación y le colocó un desfibrilador, es decir, un aparato de resucitación como los que vemos en las películas pero pensado para ser usado por alguien que no es médico. Le pegó unos parches en el pecho para que el aparato analizara si el corazón estaba fibrilando (es decir, que tenía una falla eléctrica), el aparato dijo sí y mediante una grabación recomendó darle una descarga eléctrica «para resetearlo». Le dieron tres descargas, una cada dos minutos. Hasta que el pecho de Paola empezó a moverse.
Paola pasó más de 10 minutos con el corazón y la respiración detenidos, estuvo 8 días en el hospital y le dieron el alta hace dos semanas. «Normalmente, vos reanimas a alguien y no sabés nunca más nada. Y siempre te queda esa duda: qué pasará neurológicamente con una persona que estuvo sin vida tanto tiempo. Cuando supe que le iban a dar el alta llamé a mi esposa y me largué a llorar. Así que fui a verla al hospital: fue muy raro, una semana antes la había visto muerta y ahora la encontraba parada, peinándose», dice, emocionado, Jorge. Al lado, Paola, que por primera vez volvió al lugar exacto en el que ganaron el mano a mano entre la vida y la tragedia, lo mira, siempre tímida y le dice sólo eso: gracias.
fuente: clarin.com