Buenos Aires.- El locutor y conductor cuenta cómo se preparó intensamente para ser admitido en el cuartel de San Isidro y, mientras atraviesa una etapa de replanteos, habla de su presente personal y profesional.
Luis López (43) nació en Tucumán y eso, más que ningún rasgo de su personalidad, lo definió cuando llegó a Buenos Aires, hace veinte años: pasó a ser el “Tucu”. Es locutor (se recibió en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino), conductor de radio y televisión y ahora también actor (está de gira con la obra Sinvergüenzas, que tuvo un previo paso por el Metropolitan Sura en Buenos Aires).
–¿Por qué quisiste ser bombero?
–Era un sueño que tenía desde muy chico. Yo vivía cerca de un cuartel de bomberos y cada vez que pasaba me fascinaba con lo que veía. Medio lo que les pasa a todos los chicos, que ven a los bomberos como superhéroes. Incluso ahora, cuando estoy en algún servicio, los nenes que pasan se quedan mirando flasheados. Así que siempre tuve el deseo de ser bombero, pero era más como una fantasía. Pero de un tiempo a esta parte la cabeza me hizo un clic y pensé: “Voy a empezar a cumplir con todo eso que tengo en la lista de pendientes”, y lo encaré: me presenté y arranqué el curso.
–¿Fue un curso muy exigente?
–Sí, bastante. Es un año intenso, de dos o tres clases semanales, y tiene como tres etapas de clasificación, en las que tenés que llegar a 60 puntos sobre 100 en lo que tiene que ver con aptitudes físicas, técnica y teoría. Si no llegás a esos 60 puntos, quedás afuera.
–¿Tu preparación física fue suficiente para aprobar esos exámenes?
–Yo entreno desde hace mucho tiempo. Toda mi vida hice artes marciales (practiqué Jiu Jitsu y Pakua), también hice crossfit… siempre fui un tipo muy activo en cuanto a lo físico. Así que esa parte es la que menos me costó.
–¿Y qué fue lo que te resultó más difícil?
–Hacerme el tiempo para ir. Las clases eran miércoles y sábados, los sábados muy temprano, y resultó bastante sacrificado, pero a la vez es la única manera de lograrlo porque en un año hay que aprender un montón de cosas. De todas maneras, siendo bombero, nunca terminás de estudiar, porque siempre tenés que seguir perfeccionándote en diferentes áreas, ya sea en rescate vehicular, buceo, en incendios propiamente dichos, incendios forestales, estructuras colapsadas…
–¿En qué cuartel ingresaste?
–En el de San Isidro, que es un cuartel que está muy bien a nivel nacional, incluso a nivel latinoamericano.
–¿Cómo te recibieron tus compañeros?
–¡Espectacularmente bien! Sí es cierto que para mis compañeros no deja de ser curioso que yo haga lo que hago, porque la mayoría de ellos tiene trabajos más tradicionales o convencionales.
–Tratándose de una tarea voluntaria, ¿son flexibles con los horarios?
–Hay una exigencia de tiempos y dedicación, por lo menos en el cuartel de San Isidro, por la que tenés que cumplir con 52 horas mensuales de guardia, quedarte a dormir en el cuartel dos veces por mes –es lo que se llama “pernocte obligatorio”–, y otras dos veces por mes hacer una guardia de fin semana, sábado o domingo, de doce horas. Y, más allá de todo eso, no podemos estar más de 72 horas sin ir al cuartel. Si bien son contemplativos y laxos conmigo por mi trabajo, porque ahora por ejemplo estoy de gira, tengo que presentar una nota para pedir permiso si me voy a ausentar, es todo muy formal. Obvio que el jefe de servicio comprende que uno tiene su trabajo que le exige horas de estar y dedicarse, así que me hacen las cosas muy sencillas en ese aspecto.
–Sí. A mí me entusiasman las cosas que me generen un desafío y un aprendizaje. Soy de probar y de ver qué pasa con eso.
Fuente y fotos: www.lanacion.com.ar