El teléfono suena una vez más y retumba bajo el techo de chapas. Se lo atiende siempre con la misma sensación. Hay algo que mezcla la idea de urgencia, de riesgo, de peligro, de deber. El hombre que ahora cuelga el tubo y da la alarma, recibió esta misma llamada cuatro veces en lo que va de la mañana. Es otra amenaza de bomba en una escuela.
El cuartel de Bomberos Voluntarios es igual a la mayoría de los cuarteles de la provincia de Buenos Aires. A esta hora, las 11 de la mañana de un jueves, los bomberos tendrían que estar haciendo tareas de limpieza y mantenimiento. Me detengo un segundo acá, porque de tanto usar la palabra parece haber quedado vacía de contenido. «Voluntario» significa que el hombre que está subiendo a un camión para acudir a la emergencia lo hace gratis, porque siente esa “llamada interior” que lo lleva a entregarse, a sacrificarse, a poner el cuerpo para ayudar a otros y que no recibe nada a cambio. Eso significa otra cosa también. Significa que, además de ser bombero, esos hombres y mujeres tienen que tener trabajos que les den de comer, que les permitan tener una familia, un proyecto. Parece tonto explicarlo, pero prefiero gastar una línea para que se entienda bien. Tienen dos trabajos: el que les permite pagar la cuenta del súper y el otro, en el que arriesgan la vida frente al fuego, o salvan a alguien atrapado en las alturas.
¿Por qué me tomo el trabajo de explicar esto? Porque las 11 de la mañana es horario laboral y lo es también para los bomberos. A esa hora los cuarteles quedan con una dotación mínima y están atentos a lo que pueda ocurrir. Sea un accidente de trenes, un incendio, un escape de gas. O una amenaza de bomba en una escuela.
El operador acaba de colgar y da la orden de movilizarse a un jardín de infantes. En ese momento, suenan dos sirenas. Una, la del camión que está yéndose. La otra, la del cuartel convocando a los otros voluntarios, a los que en ese momento están atendiendo un kiosco, o cambiando el aceite de una fila interminable de autos en un lubricentro. A las mujeres que ordenan paquetes de harina en un almacén, a las que doblan los repasadores y las sábanas de una tienda. De a poco empiezan a llegar al cuartel, dejando de lado sus otras obligaciones y a sus jefes con cara de resignación. Se preparan para la urgencia.
Hablo con alguno de ellos. Les pregunto cuál es la sensación con la que parten a una amenaza de bomba en un colegio. A otra amenaza de bomba. Les digo que yo sentiría hastío, fastidio. Ellos me dicen que se van con el mismo nervio en la boca del estómago con el que van al resto de las urgencias. Cruzan los dedos para que la amenaza vuelva a ser falsa. No quieren siquiera imaginar que algo así pueda llegar a ser real, pero se preparan para que sea real y para que el protocolo, la evacuación, tengan una cuota de drama distinto cada vez. Se encuentran siempre con algo complejo. Real o falso, nunca es fácil sacar a quinientos, a ochocientos chicos a la calle por escaleras, por pasillos, en instituciones que en muchos casos jamás hicieron un simulacro. Con directivos cansados de perder el tiempo y que a veces se resisten a sacar a la gente a la calle.
Me cuentan que hay otro tema que los preocupa: los recursos no son infinitos. El bombero que está en una escuela porque alguien hizo una amenaza, no está en el cuartel para acudir a un incendio o a un accidente de tránsito. En definitiva, no está ahí para lo que tiene que hacer. Y no está ahí para darle una mano a usted, a mí, a vos. Gratis, porque son voluntarios.
No está tampoco para limpiar el edificio, porque no hay nadie más que ellos para hacer esa tarea; ni para revisar el aceite de los motores de las autobombas, o el aire de las gomas, o las cargas de los tanques de oxígeno. Todas esas tareas, que forman parte de su rutina necesaria, hoy no se están haciendo porque acuden al cuarto llamado por una amenaza en una escuela. Y vuelve a ser falsa.
Reproduzcan esto que acabo de contarles por cada uno de los cuarteles de bomberos que hay en la provincia. Multipliquen esto por 2600, la cantidad de llamadas que se hicieron en los últimos tres meses. Hagan la cuenta en litros de gas oil desperdiciados, en horas de clase perdidas, en tiempo de descanso arruinado, en stress, en nervios. La angustia y la bronca no pueden ser mensuradas. Pero tratemos. En medio de todas estas preguntas, de todo lo que generan las amenazas de bomba en las escuelas, aparecerá cada vez más desdibujada la palabra “travesura”.
fuente: www.tn.com.ar