Buenos Aires – No las espera una oficina, ni un despacho con una computadora encendida, tampoco un guardapolvo ni un aula con decenas de chicos. Controlar que el camión tenga sus 5.000 litros de agua completos y que cada herramienta se encuentre en su lugar forma parte de la tarea cotidiana de Gloria Bañiles (26 años), Sandra Maneiro (23) y Erica Lorenzo (27), oficiales de policía que trabajan en el Cuartel Central de Bomberos.
Ellas no son las únicas. Desde 2007 otras dieciséis chicas se desempeñan en diferentes destacamentos de bomberos de Mar del Plata. En total son diecinueve. Y no están detrás de un mostrador, relegadas a las tareas administrativas. Ahora le hacen frente al fuego igual que cualquier hombre.
Con el atuendo que caracteriza a un policía (pantalón y casaca azul marinos, botas de envergadura, arma reglamentaria, pelo recogido) muestran que la búsqueda del riesgo y la pasión por la adrenalina no son atributos exclusivos de la masculinidad, tal como entendieron las diferentes sociedades durante siglos. Por suerte, también las instituciones más tradicionales están cambiando su visión.
En 2006, la mayoría de los egresados de las Escuelas de Formación Inicial de la Policía fueron mujeres: un 60% contra un 40% de hombres. Y esta tendencia se refleja luego en los destacamentos, comisarías, dotaciones de bomberos y departamentos de investigación. Las chicas, se ve, empiezan a ganar terreno.
Por ser mujeres tienen, acaso, una mejor llegada a la comunidad y una cualidad que se suele ligar a las féminas: la contención, aunque se sabe que en cuestiones de personalidad no hay reglas exclusivas para cada sexo.
«En una dotación de bomberos siempre se planteó que hubiera personal femenino. Por muchas razones -cuenta Jorge Núñez, jefe de los bomberos de Mar del Plata-. Por ejemplo, vamos a un incendio y tenemos una mujer, propietaria del domicilio, gritando. Un hombre la agarra, la pone al costado y sigue trabajando. Pero al tener personal femenino se maneja de otra forma. Se trabaja con la persona, ellas están capacitadas para hablar psicológicamente, para tratar de calmarla y ayudar a las víctimas».
Por el momento, Gloria, Sandra y Erica ven que la presencia femenina en medio de un siniestro genera sorpresa. «La gente no está acostumbrada a ver mujeres en un incendio o en un camión de bomberos -dice Erica-. Una llega, se pone a trabajar y cuando finaliza la labor ya nos relajamos y seguro que la idea de la gente cambió durante el trabajo. Seguro que pensaron ‘esta chiquita qué va a hacer’, pero cuando te ven trabajar ya no necesitás explicar nada. La gente se da cuenta de que la estatura no tiene nada que ver».
A la hora de controlar el fuego, las funciones que desarrollan en el escenario de los hechos son varias: «Podemos tomar datos, acompañar al que va con la lanza, que es la manguera, ayudar a los compañeros a ponerse el equipo o turnarnos para asistir a la persona que entra con la línea de manguera por si se asfixia», cuenta Maneiro, que está embarazada de cinco meses y, por eso, se encuentra vestida de civil.
Sus labores también incluyen la intervención en accidentes con animales o con personas atrapadas en ascensores u otros recintos, incendios de autos y demás siniestros callejeros. «Llegamos a manejar tijeras hidráulicas para cortar los autos y sacar a las víctimas cuando no se pueden abrir las puertas», puntualiza Erica, que confiesa haber sentido miedo la primera vez que se enfrentó a las llamas. Y Gloria recuerda que también intervinieron en el reciente derrumbe del chalet de dos plantas ubicado en la esquina de Colón y Misiones.
Núñez explica que la presencia femenina produjo que el cuartel tuviera que modificar su infraestructura. Ahora tiene habitaciones y sanitarios para ellas. Y a nivel interno, generó que los compañeros hombres tuvieran que cuidar su vocabulario. No obstante, las chicas se integraron sin problemas a las rondas de mate y a las charlas informales.
El espíritu de equipo es el que prima adentro del cuartel para que, a la hora de los hechos, el mismo halo se traslade a la calle, cuando salen a toda marcha para controlar el poder destructivo de las llamas. La camaradería se observa también durante las guardias de veinticuatro horas que deben realizar cada semana.
Núñez agrega: «Nosotros no sabemos de quién dependemos. Un bombero hombre va a un incendio y en ese momento depende de todo el personal, porque el nuestro es un trabajo en equipo. Nosotros no las vemos como si fueran el sexo débil, no hay diferencias si es hombre o es mujer, acá las integramos a todas».
Las chicas reconocen que con cada nuevo hecho que enfrentan suman conocimientos, además de los cursos que suelen realizar por fuera de las materias que tuvieron que cursar en la escuela de formación policial.
Gloria cuenta que pudo vencer su vértigo a partir de un adiestramiento en la altura que realizó no hace mucho tiempo. Y Erica admite que en cada nuevo desafío lo importante es ser responsable. «Tenemos que saber hasta donde podemos, que hay un límite. Si no podemos hacer algún trabajo tenemos que dejar que alguien que pueda y que sepa lo enfrente. No significa que por ser bombero yo pueda hacer todo, hay cosas que no puedo hacer».
Para acrecentar el salario (cobran alrededor de 900 pesos), las tres mujeres bombero cumplen funciones en comisarías de la ciudad como oficiales de policía. Ahí, aseguran, entran «en contacto con otra realidad». «En las comisarías el trabajo es más violento, en bomberos es más humano», compara Gloria. Y Erica resume: «Los bomberos estamos con la desgracia, con los daños y la pérdida de la gente».
Sin cuestionarse el rasgo masculino del trabajo ni los prejuicios que sobre los policías tiene buena parte de la sociedad, las chicas cuentan que, además del riesgo, las motiva cada día el hecho de ayudar a la gente. «En muchas ocasiones uno llega y se pueden salvar bienes o vidas», dicen.