Valencia.- El mensaje, fracturado por la estática, hiela la sangre a todos los bomberos del Ayuntamiento de Valencia. Son poco después de las 18 horas del jueves. Los dos edificios de Maestro Rodrigo se han convertido en una tea que tiñe la tarde de naranja y pavor y dos bomberos se despiden por radio: «Compañeros, hasta aquí llegamos. No entréis a por nosotros». Son los dos primeros que habían entrado. Con tranquilidad, casi con paz, se despiden del resto del cuerpo porque están seguros de que van a morir. Un cabo asume la responsabilidad y, pese a la orden de salir del edificio, entra en la torre junto a otro compañero. El resultado es un rescate agónico que termina con dos vidas salvadas.
Jueves, poco después de las 17.30 horas. La primera dotación de bomberos del parque de Campanar llega al incendio. Están cerca así que en pocos minutos arriban a los bajos de las torres. Sobre ellos, a decenas de metros de altura, se desata un infierno. Cualquiera habría echado a correr, como hacen muchos vecinos. Es comprensible. Ellos no. Es su trabajo. Así que suben al infierno. Puerta por puerta comprueban si había vecinos. Son los primeros que se cruzan muchos de los residentes que bajan por las escaleras, siguiendo las recomendaciones: si el fuego está encima de usted, busque las escaleras. Si está debajo, enciérrese en casa, que es exactamente lo que estos dos profesionales tendrán que hacer más tarde.
Porque lo que ellos no sabían, ni el mando que estaba en la calle, es que el fuego había roto en fachada en ese punto. Todos los bomberos consultados coinciden en el comportamiento atípico, rebelde, de las llamas, provocado por el material inflamable, todavía por identificar, de la fachada, lo que hizo que el fuego fuera de fuera a dentro. Los bomberos que están dentro piensan que están en una zona segura, porque en un incendio si un sector no ha ardido es difícil que lo haga, pero desconocen que por las planchas de aluminio del exterior trepa la muerte.
En un momento dado, dos de los bomberos de Campanar, experimentadísimos, «que las han visto de todos los colores», según las fuentes consultadas, se encuentran en medio de una noche asfixiante y abrasadora. En la penumbra, el humo y el fuego del exterior elevan la temperatura hasta cerca de los 120 grados. Se han quedado sin oxígeno porque las botellas que llevan apenas tienen aire para 15 minutos. Bajar no es una opción: están sumergidos en una nube densa, «que casi se puede tocar con la mano», que es el humo de un incendio. Si intentan bajar por las escaleras, no darán más que unos pocos pasos antes de caer fulminados.
Los bomberos rompen la puerta de una de las viviendas y buscan refugio en su interior. No ha ardido, así que ahí pueden estar seguros. La intención es salir al balcón y pedir rescate, pero se encuentran con que la fachada está tomada por el fuego y que, instantes más tarde, el humo y las llamas entran en la vivienda. Ellos informan de lo que están viviendo por radio. En un momento dado ven que no tienen escapatoria. Ahí, en la penumbra, dentro de una densa niebla de alquitrán, uno de ellos habla por radio. El mensaje hiela la sangre de quien lo escucha.
Fuente : www.lasprovincias.es